Una serpiente de terciopelo se desliza alrededor de una Mano. Los dedos de la Mano responden al gesto. Un Gato, seducido, ronronea. La química hace el resto.
—Robaría el alma de los muertos, incluso la respiración de un recién nacido, solo para que este momento durara por siempre —ronroneó excitado el Gato a la Mano, y una sonrisa secreta se dibujó entre ambos.
Sin embargo, aunque el Gato parezca ligero, ría como una hiena y se enamore con facilidad, arrastra consigo el peso de todas sus vidas pasadas. Es imposible salir ileso después de siete, o quizás nueve vidas.
En el instante en que el Gato intuyó que algo no estaba bien, hizo lo que mejor sabía hacer: convirtió el ronroneo en maullidos, las caricias en arañazos, y, transformado en un animal salvaje, clavó sus dientes en la Mano que una vez amó. Luego, se alejó entre los callejones de la ciudad, en busca de su próxima vida.