El autobús iba lleno, caliente como una olla a presión, con ese hedor de cuerpos cansados que siempre acompaña a la ciudad al caer la tarde. Me acomodé cerca de la puerta, buscando un poco de aire, cuando ella apareció a mi lado. La miré, y al instante me regaló una sonrisa. Le devolví el gesto, casi sin pensarlo. Y entonces, un piano comenzó a sonar en mi cabeza.
No sé qué fue lo primero que noté. Quizá su cabello negro cayendo libre y desordenado sobre sus hombros, o esos lentes que parecían gritar que no le importaba si la encontrabas sexy o no, aunque todo en ella te gritara que sí. Llevaba una chaqueta militar que colgaba de su pequeña figura como una bandera, algo que no podías ignorar. Y su piel, morena y brillante bajo las luces parpadeantes del autobús, atrapaba la mirada sin remedio.
Cuando me miró, me regaló una sonrisa rápida, casi casual, y yo le devolví otra, demasiado obvia. Sacó su teléfono y respondió una llamada. «Amor», dijo con un acento que no era de estos lares, algo que sonaba a tierra mojada y noches largas. El «amor» no era para mí, claro, pero aun así me atravesó. Habló rápido, mencionó que llegaría tarde, y después colgó. Entonces volvió a mirarme, como si supiera que había estado escuchando, el bus hizo una parada brusca y la inercia hizo acercarnos un poco más, lo suficiente para que su perfume me alcanzara. Era dulce, floral, pero no de esos que empalagan; más bien, del tipo que te hace querer acercarte más.
Se rió de algo que yo no entendí, pero fue suficiente para que me quitara los auriculares y tratara de entrar en su órbita. Hizo una broma, creo, pero ni siquiera me importó si tenía sentido. Me reí, genuino o fingido, ya no lo sé, y le pregunté algo sobre un concierto que mencionó. Las palabras salieron torpes, pero ella no parecía notar mi nerviosismo. Hablamos un poco, como dos viejos amigos que se encuentran por casualidad, aunque todo en nuestra interacción era improvisado y lleno de silencios.
Faltaban tres paradas para que me bajara, cuando ella anunció al conductor que lo haría en la próxima. Sentí el impulso casi animal de seguirla, de saltar del autobús y ver a dónde me llevaría esa mujer que olía a flores y revolución, pero mis pies se quedaron clavados en el suelo, cómodos en su cobardía.
Ella bajó del autobús y se sentó en la parada. El bus cerró las puertas, y mientras arrancaba, nuestros ojos se encontraron una última vez. Ella sonrió, y yo también. Fue una sonrisa leve, como una despedida que nunca tuvo palabras, me puse los auriculares y el piano toco su última nota.
Animación basada en la película de UPA animation from The Four Poster (1952)
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